De pie en el malecón, frente al mismo mar que me acompaña cada mañana, el mismo mar que ha visto junto a mi pasar la vida en sus diferentes momentos. Me sorprende notar que pese al fuerte viento que corre hoy y a la neblina que pone la nota nostálgica, el mar está apacible, tranquilo, sereno. Asemeja un lienzo en blanco en el que plasmar un cuadro, un lienzo en el que imaginariamente dibujo mis recuerdos y vivencias del ayer.
Al fondo, la línea del horizonte entre el cielo y el mar, apenas se distingue. Parece que se hubiesen fusionado con una paleta de tonos celestes, grises, verdoso. Miro sin ver, o mejor dicho, miro hacia dentro. Ahí está la playa en la que solía bañarme cada verano, junto al espigón aquel, el mas largo de todos, que en esa época no albergaba un restaurante y nos permitía llegar hasta la punta para contemplar las estrellas de mar, los erizos, las rocas gigantes en que temerariamente nos tendíamos a tomar el sol, y desde donde podíamos admirar la profundidad del mar.
Mezcla de sentimientos y emociones me embargan y llenan mi ser de nostalgia, alegrías, tristezas, ausencias, pasado, presente, momentos que se entremezclan en mi interior. Son tantos los recuerdos, tantas las etapas en los que este mismo mar ha sido compañía, consuelo, cómplice y testigo.
Una lágrima furtiva se asoma, la dejo fluir y la invito a mezclarse con el agua salada de mi mar....
Vuelvo a sonreír, retomo mi camino de regreso contenta, renovada, con nuevos bríos y con ganas de seguir apreciando lo bella que es la vida.
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