Por las mañanas, suelo ir a trotar alrededor de un parque cercano a casa, que esta cercado con una reja. Luego entro y completo mi rutina de ejercicios/caminata/relax/respiración/meditación para empezar mi día recargada.
El jueves, amanecí un poco melancólica y apenas entré, luego de trotar, me crucé con una ardilla que bajó curiosa de un árbol, me miró un momento y luego volvió a trepar. Primer esbozo de sonrisa.
Continúo mi camino y me cruzo con Victoria, quien se ocupa de mantener la limpieza en el parque, que me saluda con su amplia sonrisa y me anima al verme ejercitando. Siempre lo hace, es un ángel. Le agradezco y correspondo la sonrisa.
Sigo avanzando y empieza el concierto. Parece que todas las aves del distrito se hubieran reunido ahí, y me regalaran un canto coral a cuatro voces. Las hay de todo tamaño y color, están los mirlos, las cuculí, las palomitas, los correcaminos, los amarillitos, los de pecho azul, y tímidamente, en lo alto de una rama, un petirrojo.
Han puesto a correr el agua, y los jardines están inundados, formando una enorme piscina donde chapotean y se refrescan. Algunas mojan su cabecita y la sacuden, otras remojan la pancita y levantan el ala. Es un espectáculo verlas y escucharlas. Por supuesto que a estas alturas ya mi sonrisa se hizo permanente. Y contemplo el parque, el día, la vida, con otros ojos.
Para completar la fiesta, una mariposa revolotea coquetamente cuando camino por la pérgola, se posa en una flor y bate sus alas suavemente. Ahí la melancolía inicial ya ha desaparecido. Puedo ahora percibir el colorido de las flores que acaban de sembrar, y veo con el esmero que los jardineros las mantienen siempre limpias y llenas de vida.
Pequeños detalles cotidianos, milagros del día a día, que pueden hacer la diferencia. Me retiro sonriente, el guardián al despedirnos me desea que tenga un buen día, y si que le creo. Sé que me espera un bonito día por delante. Gracias naturaleza, gracias vida!