
Cuentan que un caminante llegó a un cementerio en las afueras de un pueblo. La puerta de bronce del cementerio estaba abierta, así que decidió entrar y dar una vuelta para conocerlo. El sitio era hermoso, lleno de flores y jardines bien cuidados.
Cuando se acercó a la primera tumba, la lápida tenía grabado el siguiente mensaje:
"Abdul Tareg vivió ocho años, seis meses, cinco semanas y tres días".
El caminante se entristeció, pues pensó en la tragedia que la familia tuvo que haber pasado al perder un niño tan pequeño. Luego se acercó a la siguiente tumba y leyó:
"Yamir Kalib vivió cinco años, ocho meses, tres semanas y un día". Pensó:
"¿Otro niño?". No podía comprenderlo. Seguidamente dio una mirada rápida a todo el cementerio y descubrió que todas las tumbas tenían grabadas edades que no pasaban de los 12 años. Estaba golpeado emocionalmente.
¿Qué tipo de desastre tenía que haber pasado en este pueblo para que murieran tantos niños? El guardián del cementerio, acostumbrado a las reacciones de los forasteros ante las tumbas, se le acercó y le explicó:

"En nuestro pueblo tenemos una costumbre: a los 15 años todo joven recibe de sus padres una libreta para apuntar todos los momentos en que realmente fue feliz. Al morir, se suman los momentos de la libreta en que la persona fue feliz y se inscriben en la lápida. Aquí creemos que el verdadero tiempo vivido es el tiempo en que fuimos felices".