jueves, 14 de agosto de 2014

....se llamaba capulí



Desde hace algún tiempo venía escuchando hablar de un fruto llamado aguaymanto. Se podría decir que estaba de moda su consumo y se hablaba mucho de su sabor intenso y sus muchas propiedades por lo que me animé a buscarlo en el supermercado para probarlo. 
Lo conseguí pelado y envasado un unas cajitas de plástico transparente, su color naranja intenso lo hacía ver apetecible y me parecía conocido a la vista. Lo llevé a casa y al probarlo sentí claramente su sabor, aquel sabor que se me hacía tan familiar y que sin necesidad de cerrar los ojos me llevó de regreso a mi infancia....

...y ahí estaba yo, niña aún, en el jardín del edificio en que vivíamos con mamama. Cuando el hecho de bajar dos pisos sola y curiosear en el que para mi escaso tamaño era un jardín inmenso se convertía en toda una aventura. Había una plantita pequeña de la que colgaban unos envoltorios que iban cambiando de color desde el verde muy intenso, pasando luego al  amarillo suave para finalmente llegar a un blanco medio beige que indicaba que el fruto estaba maduro y que muchas veces caía a tierra. La primera vez lo llevé a casa para que mamama lo viera y me dijo: "pruébalo, es capulí y sabe muy bien". Y así lo hice, y efectivamente, fue muy agradable. 
A partir de ese día me convertí en una buscadora incansable de capulíes maduros. Bajaba varias veces a la semana para buscar los que habían caído de la planta pues así de maduros eran mas sabrosos....

Vuelvo de mis recuerdos y comprendo dos cosas:

Primero, que lo que ahora se conoce como aguaymanto es ni mas ni menos  el capulí de mis recuerdos.

Segundo, que muy dentro de mí, sigue vivita y coleando aquella niña que recordé.....

sábado, 9 de agosto de 2014

En sus marcas.....listos.....


Va….!

Y comienza la vorágine de pensamientos a fluir por nuestra cabeza.  No necesitan mayor estímulo, simplemente surgen y llenan nuestra mente de ideas de todo tipo. Ahí se entremezclan  las inseguridades y los temores con el optimismo y la confianza, luchando cada cual por ser el preponderante.

Que si puedo, que si nunca lo lograré.

Que si  soy lo máximo, que si nada me sale bien.

Que lo que hago pasa desapercibido, que esta vez sí que me lucí.

Que todo lo que hice fue en vano, que valió la pena el esfuerzo.

Y así, siempre contradictorios, siempre encontrados, siempre claros y oscuros a la vez.

Algunos  muy sensatos y otros completamente disparatados; hay de los que logran inflarte  como un pavo real, y otros que por el contrario te empequeñecen cual ratoncillo asustado.

Todo el día en constante movimiento, bullicio interno que difícilmente podemos apaciguar, siempre en actividad, siempre en discrepancia. 

Hace falta mucho empeño, fuerza  interior, autocontrol  y autoestima para poder evitar aquellos pensamientos que nos empequeñecen o asustan y  cultivar los que nos elevan, pero  con la práctica   a veces se consigue, y cuando logras pensar objetivamente y hallar el equilibrio descubres que generalmente el balance de los hechos fue positivo.


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