Así de extremo puede ser el efecto de nuestras palabras y muchas veces no nos percatamos del bien o el mal que con ellas podemos realizar.
Tienen la capacidad de herir o curar, elevar o hundir, consolar o deprimir, acariciar o maltratar, dar luz u oscuridad, alentar o abatir.
Todos tenemos en nuestro haber esta poderosa herramienta y hemos de usarla con prudencia, pues muchas veces no nos damos cuenta del efecto que estamos causando con ellas, o de cómo está siendo interpretado lo que decimos.
Podemos ser con ellas portadores de paz, amor y bienestar, o por el contrario, podemos con ellas sembrar dudas, discordias y enemistad.
Podemos hacer sentir a alguien cuan inmenso es su valor, o por el contrario, traerle abajo la autoestima.
Nuestras palabras también suelen ser reflejo de nuestro interior, por eso es importante mantener este interior limpio, en armonía, libre de impurezas o sentimientos turbios que luego nos impulsen a destruir en lugar construir.
Si hablamos bajo la influencia del enojo o el resentimiento podemos herir, aún sin desearlo, y no olvidemos que las palabras quedarán resonando en el interior de quien las recibió.
Recordemos siempre que si ofrecemos palabras amables, el eco que escucharemos también lo será.
Con las palabras
podemos curar o herir
pensémoslo bien...