viernes, 27 de septiembre de 2013

Empiezo a amarme...


Decido amarme,
descubro dentro de mí
un ser especial;

Este amor será
bálsamo reparador
de mis heridas;

Mi luz se opacó,
un gran vacío interior
llenó mi vida;

La inseguridad
y el temor acechan,
debo continuar;

Atrás quedarán
indiferencia y dolor,
penas, desamor;

Rompo cadenas
que me atan al pasado,
vuelvo a sonreír;

He de ser fuerte,
pensar en mi bienestar
y mi felicidad;

Libero mi alma,
dejo atrás la amargura
merezco ser feliz;

Cuidaré de mí
con ahínco y esmero
todo estará bien;

Mi fortaleza
será el amor que por mí
voy a cultivar;

Cuando lo logre
podré amar con libertad
y a plenitud...


Dedico está entrada a todas aquellas personas valientes que están en el camino de amarse, de dejar atrás un pasado doloroso,  de valorarse, de sentirse libres, completos y maravillosos....

martes, 17 de septiembre de 2013

Secretos de la abuela...


Este invierno ha estado especialmente frío y húmedo en la Lima de mis encantos y esto motivó que me diera una tos seca bastante incómoda que no me dejaba estar tranquila. Fui a la farmacia en busca de algún ungüento que me aliviara por las noches y me ofrecieron Vick Vaporub, me lo apliqué antes de dormir, y de pronto sentí mucho frío y en vez de calentarme el pecho sentía algo helado que me penetraba por lo que tampoco así pude descansar y ahí, tendida en mi cama esperando que cambie el efecto frío por calor viajé por el tiempo y me ví de niña, con un malestar parecido y mamama (mi abuelita) aplicándome su paño calentito al pecho y logrando con ello aliviarme los ahogos. Ese "paño mágico" que ella calentaba en la sartén (no exisitián los hornos de microondas) y luego me colocaba caliente  era nada más y nada menos que sebo de res derretida! Y la vi en mis recuerdos derritiendo el sebo y remojando en esta grasa una franela que luego me ponía toda la noche en el pecho, y así cada vez que me sentía mal con tos, venía solícita con su pañito a aliviar mis ahogos y santo remedio! También solía hervir algunas hojas de eucalipto para que pudiera respirar mejor.

Las abuelas siempre tenían un as bajo la manga para cada situación no?

Recuerdo también sus cajones de ropa en donde infaltablemente había un trozo de carbón y algunas pimientas enteras, para evitar la humedad en la ropa. O el almidón casero que preparaba con chuño para planchar las camisas de papapa.
Cuando por las noches algun calambre impertinente me despertaba, ella venía con su periódico a envolverme las piernas y de paso ponía una papa bajo las sábanas para que chuparan la humedad. Cuantos secretos no? Ha sido divertido ir recordándolos.

Y tú recuerdas alguno de estos secretitos de las abuelas? Te animas a compartirlo en tu comentario?

martes, 10 de septiembre de 2013

martes, 3 de septiembre de 2013

La semilla


Había una vez un hombre muy pobre a quien arrestaron por robar una pipa vieja.

Una vez en la cárcel, tanto los jueces como los carceleros se olvidaron de él y pasó mucho tiempo sin que se lo juzgara. De manera que empezó a pensar en cómo podría salir de allí.

 Como por la fuerza no podía escapar, pensó en algún truco que le permitiera recuperar la libertad. Así que un día llamó al carcelero y le dijo que lo llevara ante el rey.

— ¿Y para qué quieres tú ver al rey? —le preguntó el carcelero.

— Porque tengo un tesoro muy valioso para él —respondió el preso.
Entonces lo llevaron hasta la sala del trono.

— ¿Cuál es ese tesoro tan importante que tienes para mí? —dijo el rey.

En ese momento, el preso sacó un pañuelo de su bolsillo, lo abrió y le mostró al monarca una semilla.

— Su majestad, esta semilla es muy especial. Si la planta una persona honrada, que nunca haya robado ni mentido, crecerá de ella un peral en el que madurarán peras de oro. Si no es así, el peral sólo ofrecerá las peras de siempre. Así que te la ofrezco a tí, que seguramente nunca has robado ni engañado a nadie — explicó el preso mientras hacía una reverencia.

— ¡Vaya! —exclamó el rey, que recordó que una vez cuando era pequeño había robado una moneda de oro a su madre y rehusó el ofrecimiento.

— Bien, que la plante vuestro canciller, entonces —dijo el preso.

— ¡Vaya! —exclamó también el canciller, que se dejaba corromper fácilmente.

— Que lo intente entonces el comandante del ejército real —propuso el preso.

— Pero yo no sirvo para jardinero —se excusó el comandante, que solía reducir la paga de sus soldados para engrosar las monedas de su bolsillo.

— Entonces, que lo haga el juez —sugirió el preso.

Pero tampoco el juez quiso plantar la semilla, porque sus veredictos solían depender de los sobornos que recibía.

Ante tantas negativas, el preso dijo:

— Todos vosotros, aunque tengáis cargos importantes, robáis, mentís y engañáis y no por eso estáis en la cárcel. Y yo, que robé tan sólo una pipa vieja, debo seguir encerrado.
El rey comprendió su argumento y ordenó que lo dejarán en libertad.
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