Cuando yo era niña, no se hablaba de autoestima. Tampoco de respeto a los niños, igualdad, empatía o crianza respetuosa. Si se hablaba de obediencia, de sumisión, y el mensaje ímplicito que se percibía en el entorno era el de no tener opinión propia y ser siempre una buena niña.
Con el paso de los años, y ya de adulta, fui descubriendo el significado y el valor de tener autoestima. Empecé a comprender que si tenía una opinión propia, y que era tan valiosa como la de cualquiera. Aprendí a pasos tímidos a valorarme, a respetarme, a hacerme respetar, y mas adelante a amarme.
Recuerdo especialmente un ejercicio que leí que consistía en mirarse con amor al espejo y decirse a uno mismo, te perdono y te amo. Cuanto me costaba al principio y con el tiempo cuan gustosa lo hacía.
Esos tiempos ya quedaron también atrás, adquirí seguridad confianza, y amor, y me siento contenta de haberlo logrado.