Pensaba el otro día en la generosidad. En el mundo tan convulsionado en que vivimos olvidamos a veces cuanta generosidad hay en nuestro entorno o en los pequeños detalles que recibimos a veces sin valorarlos. Analizando mi vida, recordé varios momentos en que he sido bendecida de alguna forma por la generosidad de otro. Y ocurre que uno puede ser generoso de distintas maneras, generoso con tu tiempo, generoso con cariño, generoso con un oído atento, generoso con un hombro en que apoyarse, generoso con un bien material, generoso con una ayuda.
Hoy pienso en la tía Blanquita. Hace 50 años, cuando asistía a la secundaria, hice amistad con una compañera de clase que vivía a pocas cuadras del colegio. Yo vivía cerca también e iba caminando, y su casa me quedaba de camino así que pasaba por ella para llegar juntas. Invariablemente, cuando tocaba el timbre, su mamá me invitaba a pasar, y me esperaba con una vasito de jugo recién hecho, un pancito caliente o algún detalle que me llenaba de calor de hogar. Todos en esa casa me acogían como a un miembro mas de la familia. Su hermano menor esperaba que los visite para invitarme a jugar con él, su hermano mayor nos contaba sus experiencias en la universidad y sus papás me hacían bromas y sobre todo me hacían sentir la seguridad de un hogar estable.
En esa época en mi casa no se vivía un ambiente así, había inestabilidad, conflictos, y para mi llegar a casa de mi amiga era el paraíso. Terminamos el colegio y nuestros caminos se distanciaron. Hace unos seis años me encontré con una amiga en común quien me contó que mi amiga había fallecido, al igual que su papá, pero su mamá, la tía Blanquita, seguía viva y habitando la misma casa de mis recuerdos.
La contacté y coordinamos una visita. Llegué emocionada y fue un encuentro hermoso. Ahí estaba ella bajando la escalera con los brazos abiertos, dándome uno de esos abrazos que te recomponen el alma y haciéndome sentir que el tiempo no había pasado. Estaban también sus hermanos que habían llegado especialmente al saber que la visitaría. Todo fue cariño, recuerdos, anécdotas. No hubieron reproches por el tiempo transcurrido, no hubo resentimientos por mi distanciamiento, solo corazones generosos que me acogieron como si fuese ayer cuando mi yo adolescente buscaba refugio en su casa.
Ahora nuevamente, es una casa que frecuento, que me llena de buenos recuerdos y de cariño. Este año tía Blanquita ha cumplido 90 años y su lucidez, fortaleza, resiliencia y amor la siguen acompañando. Es un ejemplo para mi, y un recordatorio de que la generosidad existe.