Un post de mi amigo Ernesto, del blog "Cayado de sándalo", en que recordaba la emoción que despertaba la venida del cartero trajo a mi memoria grandes recuerdos de aquellas épocas.
Cuando yo tenía 10 años de edad, mi hermana mayor migró a Suiza para casarse y establecerse allá. Con mucha tristeza la vi partir, aunque sin tomar conciencia del cambio radical en mi vida que significaría su partida. A los pocos días de su viaje llegó la primera carta, ver mi nombre en el sobre, escrito de su puño y letra, me emocionó mucho, y me alegró mas palpar el contenido y ver que era gordito. Abrí con ansias el sobre, aunque teniendo cuidado de no romper las estampillas tan bonitas que traía y saqué varias hojas de papel aéreo llenas de su letra. Con cuanto entusiasmo leí todos los pormenores de lo que ella estaba viviendo por allá. E inmediatamente me hice de algunas cuartillas de papel y le respondí contándole de nosotros por acá. Recuerdo el cuidado que ponía para que mi letra quedará clara y ella pudiera entender mi carta.
Y así las cartas iban y venían llenas de anécdotas, detalles, preguntas mil de mi parte, dudas que no me atrevía a preguntar a nadie acá, confidencias. Esas cartas supieron llenar el vacío que me dejo su ausencia.
También recordé la correspondencia que mantuve con mi mejor amiga cuando teníamos 15 años y su papá la mandó a un colegio internado en otra ciudad. Con cuanta tristeza nos separamos e ideamos como escribirnos sin que los adultos pudieran entender nuestras confidencias, lo hacíamos en clave murciélago, que asigna números a cada letra y así podíamos compartir nuestras respectivas vivencias en ese año que estuvo fuera. Cuanta inocencia pensar que no las podrían descifrar.
Era lindo también atesorar esas estampillas tan bonitas que venían de distintas ciudades, hasta un álbum armé con ellas. Con el tiempo he podido cultivar muchas amistades intercambiando cartas. Emociona abrir el correo y ver que la respuesta llegó.